lunes, 6 de julio de 2015

Para Allie

De cada palabra o tema descarriado se desprende un trozo de los ladrillos, tras los cuales me venía escondiendo. Un pequeño pedazo de muros altos y gruesos que protegieron mi corazón de que nadie lo viera destrozado y desvalido. A salvo de aquellos que lo lastimaron y quienes querían ayudarlo a sanar. Muros tan altos que solo cada tanto se veía un breve instante de sol. Muros tan gruesos que no permitían sentir el calor del día de verano ni el frío de la noche de invierno.  Ladrillo tras ladrillo, en solidaridad uno con otro, fuertes por separados, impenetrables en conjunto. Reforzando las paredes hacía dentro, con impermeabilizantes y paneles acústicos, para ser inmune al mar lagrimas que pretendía dejar fuera y al canto de las sirenas que me invitaba a sumergirme nuevamente en él.

En medio de tanta paranoia no reconocía ya realidad de pesadillas, y me dedique a negar ambas por igual, inventando un nuevo y completo mundo, donde las cosas fueran mas amables y todas tuvieran una bondadosa participación en mi vida. Esa tarea me llevaba hasta el cansancio, desde la mañana me dedicaba a ello cantando y sonriendo, no es que fuera tan feliz, pero me sentía cada vez mas seguro. Nadie ya podía acercarse a una distancia desde donde pudiera lastimarme. No escuchaba a aquellos que me advertían que desvariaba.

Ahora miraba alrededor y solo veía lo que quería ver, sin lugar para penas y dolores, sin espacio para reproches y rencores. Conforme seguía trabajando en mi interior, más ambiciosa se volvía la obra. Procuraba darle a cada recreación de los espacios de confort, en los que me movía sin vacilaciones, la mayor cantidad de detalles para que fueran lo mas parecido a aquello que soñé debían ser. Tanto que, un día, necesité ver más gente caminado como lo hacía yo. Sonriente y cantante. Fue entonces que empecé a colgar espejos de todos los tamaños que encontré, poniéndolos a girar sobre si mismos para aumentar la sensación de realismo y que se movieran con una suerte de voluntad propia. Ya solo faltaba multiplicar mi voz, que las voces me engulleran como si fuera una multitud desconocida. La acústica de mi refugio, no daba lugar a eco alguno.

Camine y camine, en mi inmensidad de uno por uno, buscando respuestas en los rostros que me cruzaba, pero todos tenían esa rara expresión en la mirada. Era como si todos me preguntaran algo a mi en vez de yo a ellos. Hasta un instante de iluminación en la que, todavía no recuerdo, se me ocurrió o me lo sugirieron, la idea de excavar en las pareces para crear cavernas que reprodujeran de distintas maneras el sonido de mi voz. Y a esa nueva empresa me tomaba horas picando paredes hacia afuera, cantando a la vez que le sonreía a los espejos que me devolvían la sonrisa y hacían coros.

En tan afanoso trabajo, cansado y perdido, un error de cálculo, hizo que atravesara lo que era ahora un fino muro. Dejando proyectarse dentro de mí una cara que se repitió en todos los espejos hasta desaparecer por completo. Uno a uno los espejos volvi a recorrer con la mirada, buscando esa imagen, el mismo rostro. No pude encontrarlo y la noche de verano me hizo sentir su humedad.

La mañana siguiente, desperté transpirado, y volví a buscar ese rostro en los espejos. No volvió a aparecer, pero en mi cabeza seguía dando vueltas como si de uno de los espejos se tratara.  Los espejos me devolvían las miradas desconsolados por no poder ayudarme y preso de una eufórica determinación, tomé el pico con el que había escarbado las paredes y lo arrojé fuerte contra el primer espejo que tuve en frente, éste se deshizo en pedazos y mi herramienta choco contra una pared dejando entrar un nuevo rayo luz al tiempo que los pedazos de vidrio hacían un ensordecedor ruido en mi interior. En medio del temor y confusión que me invadió pude ver como el mismo rostro, esa cara, se volvió a proyectar en los espejos que aun colgaban y bamboleaban en mí. Corrí hasta la grieta abierta e intenté ver directamente a esa mujer que me alteraba el sueño. Sin éxito en mi cometido, y con la adrenalina aun corriendo fuerte por mis venas, arrojé el pico una vez más contra otro espejo y solo esperaba que el ingreso de la luz para bailar en la mirada que me tenía cautivado. Cuando el rayo de luz entró nuevamente portando el tan ansiado regalo y trajo consigo una sonrisa. El rostro de mirada cautivante capaz de arrebatarte el sueño para sí misma, tenía una capacidad de sonreír y devolverte las ganas de soñar como ningún otro. Sonreía porque escucho como algo se desplomaba en mi interior y le dio la suficiente curiosidad para asomarse a ver de cerca.


Entonces pude notar como eclipsaba al sol tras la grieta abierta como los altos muros impedían que entrara en mi fortaleza, escuchar como sus palabras hacían eco en mí como si me calaran hondo como yo lo había hecho en mis propias paredes, me maravillaba de mirarme en sus ojos como antes lo hacía en los espejos. Sentir esa misma sensación de seguridad e invencibilidad. Sonreír y cantar, cantar sonriendo. Cantar sintiendo y que me haga los coros.

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