De cada palabra o tema descarriado se desprende un trozo de
los ladrillos, tras los cuales me venía escondiendo. Un pequeño pedazo de muros
altos y gruesos que protegieron mi corazón de que nadie lo viera destrozado y
desvalido. A salvo de aquellos que lo lastimaron y quienes querían ayudarlo a
sanar. Muros tan altos que solo cada tanto se veía un breve instante de sol. Muros
tan gruesos que no permitían sentir el calor del día de verano ni el frío de la
noche de invierno. Ladrillo tras
ladrillo, en solidaridad uno con otro, fuertes por separados, impenetrables en
conjunto. Reforzando las paredes hacía dentro, con impermeabilizantes y paneles
acústicos, para ser inmune al mar lagrimas que pretendía dejar fuera y al canto
de las sirenas que me invitaba a sumergirme nuevamente en él.
En medio de tanta paranoia no reconocía ya realidad de pesadillas,
y me dedique a negar ambas por igual, inventando un nuevo y completo mundo,
donde las cosas fueran mas amables y todas tuvieran una bondadosa participación
en mi vida. Esa tarea me llevaba hasta el cansancio, desde la mañana me
dedicaba a ello cantando y sonriendo, no es que fuera tan feliz, pero me sentía
cada vez mas seguro. Nadie ya podía acercarse a una distancia desde donde
pudiera lastimarme. No escuchaba a aquellos que me advertían que desvariaba.
Ahora miraba alrededor y solo veía lo que quería ver, sin
lugar para penas y dolores, sin espacio para reproches y rencores. Conforme seguía
trabajando en mi interior, más ambiciosa se volvía la obra. Procuraba darle a
cada recreación de los espacios de confort, en los que me movía sin
vacilaciones, la mayor cantidad de detalles para que fueran lo mas parecido a
aquello que soñé debían ser. Tanto que, un día, necesité ver más gente caminado
como lo hacía yo. Sonriente y cantante. Fue entonces que empecé a colgar
espejos de todos los tamaños que encontré, poniéndolos a girar sobre si mismos
para aumentar la sensación de realismo y que se movieran con una suerte de
voluntad propia. Ya solo faltaba multiplicar mi voz, que las voces me
engulleran como si fuera una multitud desconocida. La acústica de mi refugio,
no daba lugar a eco alguno.
Camine y camine, en mi inmensidad de uno por uno, buscando respuestas en los rostros que me cruzaba, pero todos tenían esa rara expresión en la mirada. Era como si todos me preguntaran algo a mi en vez de yo a ellos. Hasta un instante de iluminación en la que, todavía no recuerdo, se me ocurrió o me lo sugirieron, la idea de excavar en las pareces para crear cavernas que reprodujeran de distintas maneras el sonido de mi voz. Y a esa nueva empresa me tomaba horas picando paredes hacia afuera, cantando a la vez que le sonreía a los espejos que me devolvían la sonrisa y hacían coros.
En tan afanoso trabajo, cansado y perdido, un error de cálculo,
hizo que atravesara lo que era ahora un fino muro. Dejando proyectarse dentro
de mí una cara que se repitió en todos los espejos hasta desaparecer por
completo. Uno a uno los espejos volvi a recorrer con la mirada, buscando esa
imagen, el mismo rostro. No pude encontrarlo y la noche de verano me hizo
sentir su humedad.
La mañana siguiente, desperté transpirado, y volví a buscar
ese rostro en los espejos. No volvió a aparecer, pero en mi cabeza seguía dando
vueltas como si de uno de los espejos se tratara. Los espejos me devolvían las miradas desconsolados
por no poder ayudarme y preso de una eufórica determinación, tomé el pico con
el que había escarbado las paredes y lo arrojé fuerte contra el primer espejo
que tuve en frente, éste se deshizo en pedazos y mi herramienta choco contra
una pared dejando entrar un nuevo rayo luz al tiempo que los pedazos de vidrio hacían
un ensordecedor ruido en mi interior. En medio del temor y confusión que me
invadió pude ver como el mismo rostro, esa cara, se volvió a proyectar en los
espejos que aun colgaban y bamboleaban en mí. Corrí hasta la grieta abierta e
intenté ver directamente a esa mujer que me alteraba el sueño. Sin éxito en mi
cometido, y con la adrenalina aun corriendo fuerte por mis venas, arrojé el
pico una vez más contra otro espejo y solo esperaba que el ingreso de la luz
para bailar en la mirada que me tenía cautivado. Cuando el rayo de luz entró
nuevamente portando el tan ansiado regalo y trajo consigo una sonrisa. El
rostro de mirada cautivante capaz de arrebatarte el sueño para sí misma, tenía
una capacidad de sonreír y devolverte las ganas de soñar como ningún otro. Sonreía
porque escucho como algo se desplomaba en mi interior y le dio la suficiente
curiosidad para asomarse a ver de cerca.
Entonces pude notar como eclipsaba al sol tras la grieta
abierta como los altos muros impedían que entrara en mi fortaleza, escuchar
como sus palabras hacían eco en mí como si me calaran hondo como yo lo había
hecho en mis propias paredes, me maravillaba de mirarme en sus ojos como antes
lo hacía en los espejos. Sentir esa misma sensación de seguridad e
invencibilidad. Sonreír y cantar, cantar sonriendo. Cantar sintiendo y que me
haga los coros.
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